Nuestras narices pueden ser largas, cortas, anchas, picudas
o ganchudas, y casi siempre se parecen a la de uno de nuestros progenitores.
Pero la forma de la nariz no es fruto solo de la deriva genética, sino de un
proceso de selección natural dirigido por el clima, según un trabajo que
publica esta semana el equipo de Mark D. Shriver, de la Universidad Estatal de
Pensilvania (EE.UU.).
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